miércoles, 25 de septiembre de 2019

Mi nombre es Elena

Mi nombre es Elena. Pero podía haber sido Nadya, Yaquelin, Rosa o Alika. Conozco a muchas mujeres con nombres parecidos.
Soy prostituta. Aunque sería más correcto decir "mujer prostituida" porque me obligan a serlo.
Como otras tantas, fui engañada con una falsa oferta de trabajo. Me endeudé para el viaje. Me endeudé para conseguir una vida mejor.
Un trabajo de camarera. España. Un sueño.
Me encontré en un club de carretera con deslumbrantes luces de neón que impedían ver lo que en realidad era: un burdel.
Puta. España. Una pesadilla.
Al principio quise marcharme, pero era tanto el dinero que les debía, que no me dejaron. Cada euro era un eslabón de una larga cadena que, lejos de acortarse, parecía alargarse con el tiempo. Alquiler, gastos, multas, reconocimientos médicos... un sinfín de triquiñuelas para la deuda nunca se saldase.
La primera vez, temblando de miedo, tuve de dejar que me violasen. Tuve que tragarme las lágrimas para que el hombre que estaba encima de mí no las viera. Porque ellos van a divertirse, no a que una puta les cuente sus penas.
Perdí mi humanidad y me convertí en una muñeca con la que hacían lo que les apetecía. Me insultaban, me golpeaban, me humillaban... lo que se les pasara por la cabeza. Y aunque se corrieran en mi cara, tenía que agradecérselo con una sonrisa.
Con otras chicas, la cadena es aún más pesada porque, además de la deuda contraída, son coaccionadas con hacer daño a sus familias para que pongan más empeño en atender a los clientes.
Terminas con uno y rápidamente vuelves fuera. Sentada a la barra, esperas al siguiente hombre que necesita relajarse, festejar el cierre de un acuerdo o de celebración de una despedida de soltero. O acudes corriendo, junto al resto de las chicas ociosas, cuando el dueño del puticlub, tu dueño, da un chasquido con los dedos y os presenta al cliente, que nos mira como mercancía en un expositor. Tu coño es una máquina de hacer dinero que no puede estar parada.
Pienso en ello, en mi vida pasada, mientras estoy sentada en el bordillo de la acera.
Tacones, minifalda, una camiseta corta, ajustada y escotada para que se vea mejor la mercancía. Maquillaje para ocultar el moratón de la mejilla y disimular el hastío de una vida que me golpeó con un mazo. Dosis de cruda realidad y vagos recuerdos del sueño que tuve.
Ya no estoy en el club. Después de dos años estoy tan destruida como persona que sólo me queda la calle. Aparte de pagar la deuda, tengo que comprar heroína o coca porque mi vida es insoportable. Más de una vez he pensado meterme una sobredosis y terminar de una vez porque cada día lo veo todo más mierda. Y creo que terminaré haciéndolo.
Un coche se detiene a mi lado. La ventanilla del conductor baja lentamente y aparece la cara de un hombre que me mira con lascivia, valorándome bajo la difusa luz de las farolas, no vaya a ser que sea demasiado mayor.
"¿Cuánto por chupármela, zorra?"
Con gesto de hastío, arrojo la colilla del cigarrillo y me pongo en pie, ajustándome la falda. Un cliente, un hombre más que se unirá a la lista de los que pagan por violarme, un hombre que después volverá a su casa, con su mujer y sus hijos e hijas, como si no hubiera hecho nada, y les besará y les dirá cuánto les quiere mientras les lee un cuento, sin detenerse a pensar que yo, la puta a la que le acaba de echar un polvo, también fui una niña.
Mierda de vida. Mierda de puteros.
Sí, la noche se me va a hacer muy larga.
#LaTrataEsInhumana
#JuevesFeministas


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